Al diablo, en el fondo, le encanta su propia imagen. Desprovisto de tridente, de cuernos y de rabo, tiene dificultades para reconocerse. Para gustarse. A Jean-Marie Le Pen, de 84 años, el sulfuroso fundador del Frente Nacional (FN), la ingente empresa de su hija Marine, presidenta del partido desde enero de 2011, para lavarle la cara a la principal fuerza política de la extrema derecha francesa, para hacerla aceptable y frecuentable, le parece un esfuerzo vano y peligroso. El objetivo de desdiabolizar al FN, casi una traición.
Jean-Marie Le Pen ha dado rienda suelta a su disgusto por todo ello en una entrevista publicada ayer por el diario The Times en la que no duda en denigrar a su hija bajo el envoltorio de un dudoso elogio. “Yo soy un hombre del pueblo, vengo de una familia de campesinos y de pescadores (...) Yo he sido oficial en un regimiento de paracaidistas, he tenido una vida viril. Mi hija, diga lo que diga, es una burguesita”, afirma el patriarca, quien tiene una responsabilidad fundamental en tal aburguesamiento.
Hijo, efectivamente, de un pescador bretón y de una costurera –descendiente de agricultores–, Jean-Marie Le Pen procede de una familia relativamente modesta –lo que no le impidió estudiar Derecho–, perteneciente a esas clases populares a las que el FN tienta con su verbo radical y sus recetas fáciles. Pero su suerte cambió en 1976 cuando el industrial Hubert Lambert, en un oscuro episodio, murió dejándole como único heredero de su fortuna, en la que se incluía una mansión en Saint-Cloud (periferia de París) Es aquí, en un pequeño château, donde creció y aún vive Marine Le Pen, quien sin embargo –hija del diablo, a fin de cuentas– nunca ha logrado hacerse aceptar por las familias bien del lugar.
En la entrevista, el fundador del Frente Nacional hace un amago de quejarse de la fama de ogro que le acompaña. “Mi imagen de diablo se ha impuesto de forma metódica y con tenacidad en el mundo político francés. Mi reputación de antisemita ha sido creada artificialmente”, afirma el líder ultraderechista, quien constata sin disgusto que la élite parisiense, a la que desprecia, le considera “grosero” e “inquietante”.
Todo lo contrario de su hija, que a su juicio ha sido mucho mejor aceptada debido a su “buena educación” y al hecho de “ser mujer”. Claro que la actual presidenta del FN también se lo ha trabajado, como reconoce entre reproches su padre: “La estrategia de Marine es suministrar a nuestros adversarios los menos ángulos de ataque posibles. Por ejemplo –prosigue–, todos esos valientes y dinámicos militantes que se habían hecho notar por llevar la cabeza rapada han sido apartados”.
Los skins no se corresponden precisamente con la imagen de partido serio y republicano con la que Marine Le Pen quiere barnizar al viejo FN, hasta el punto de plantearse un futuro cambio de nombre que irrita sobre manera a su padre. La nueva líder del Frente Nacional ha suavizado las aristas del discurso de la extrema derecha, en el que ha introducido un contenido social antaño ausente, enterrando el liberalismo económico de su padre y sustituyéndolo por un estatismo de raíces gaullistas. Sin renunciar por ello a los caballos de batalla de la inmigracón extranjera y Europa.
Pero mientras Marine Le Pen intenta disimular su discurso anti-islámico bajo la defensa de la laicidad, su padre no se anda con paños calientes. Y en The Times, acusa a los magrebíes de ser responsables de la mayor parte de los delitos cometidos en Francia y de querer imponer la Charia.
Fillon, mejor opositor que Le Pen
El ex primer ministro François Fillon, aspirante a la presidencia de la UMP en sustitución de Nicolas Sarkozy, es el políticó que mejor encarna la oposición al poder socialista. Según un sondeo de TNS-Sofres, Fillon (con un 29% de respaldo) adelanta a Marine Le Pen (23%), Alain Juppé (16%) y Jean-François Copé (12%)
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