Golpes en la puerta y voces abruptas, imperativas, despertaron a miles de judíos residentes en París y sus alrededores al alba del 16 de julio de 1942. En dos días, la policía francesa, convertida en brazo ejecutor del ocupante nazi, arrestó a 13.152 personas de confesión judía –muchos de ellos refugiados de Europa del Este, la mayoría mujeres y niños– para deportarlos a los campos de exterminio nazis. Sólo un centenar sobrevivió. Setenta años después de lo que ha pasado a la historia negra de Francia como la redada de Vel d’Hiv –por el nombre del lugar, el Velódromo de Invierno, donde fueron inicialmente confinados–, el país afronta un preocupante rebrote del antisemitismo. Esta vez, el odio antijudío se incuba entre los jóvenes musulmanes de las banlieues.
El atentado perpretado el pasado 19 de marzo por el terrorista ilamista Mohamed Merah –francés de origen argelino– contra la escuela judía Ozar Hatorah de Toulouse, donde asesinó fríamente a un adulto y tres niños de corta edad, fue un enorme shock para la comunidad judía francesa. Pero actuó también como un acicate en los sectores más radicalizados de la juventud musulmana.
En el periodo de enero a abril pasados, el Ministerio del Interior detectó un aumento del 46% de los actos antisemitas respecto al mismo periodo de 2011, con un pico especialmente acusado en el mes de marzo, justo después de los atentados y la muerte de Merah por la policía. El año pasado, el número de acciones antijudías había disminuido ligeramente respecto al año precedente –389 frente a 466–, según el Servicio de Protección de la Comunidad Judía, pero los actos de violencia –129– se mantuvieron estables.
El último caso que ha saltado a la luz se produjo el pasado 5 de julio, cuando un joven judío de 17 años –escolarizado justamente en el centro Ozar Hatorah– fue agredido en un tren entre Toulouse y Lyon por otros dos jóvenes franceses de origen magrebí.
“Hay un antisemitismo que ha nacido en nuestros barrios, en nuestras banlieues. Hay en nuestros barrios jóvenes y menos jóvenes que, en nombre de una identidad que se sentiría atacada, deciden de la forma más imbécil, la más peligrosa para nuestros valores, atacar a los judíos, a quienes consideran como el enemigo”, constató con inquietud el ministro del Interior, Manuel Valls, tres días después de la agresión.
Detectado hace una década, este fenómeno no estaría ya tan ligado como antaño al conflicto israelo-palestino, sino que se nutriría de un resentemiento contra la sociedad aderezado por los viejos prejuicios contra los judíos difundidos a través de internet. “Hoy ya no se duda en insultar, en golpear a un ciudadano porque es judío”, añadió Valls.
La inquietud ha hecho que en los últimos tiempos la comunidad judía francesa –el grueso de la cual es de origen sefardí y se instaló en Francia tras la independencia de Marruecos, Túnez y Argelia– haya ido abandonando los barrios populares y buscado refugio para sus hijos en las escuelas judías, donde hoy hay matriculados 30.000 alumnos.
El gran rabino de Francia, Gilles Bernheim, expresó la semana pasada al presidente François Hollande la creciente preocupación de la comunidad judía francesa. Y a la salida del Elíseo, apeló a los líderes islámicos: “Necesitamos una comunidad musulmana que demuestre alto y fuerte, de forma numerosa y pública –y digo bien, pública– su distanciamiento, su recusación total, de todo aquello que de una forma u otra pueda recordar el integrismo, el fundamentalismo y la violencia de determinadas corrientes del islam”, afirmó.
En este ambiente enrarecido, Francia inició ayer una semana de conmemoraciones de la redada de Vel d’Hiv, una de las páginas más sombrías de la historia francesa. La detención masiva y la deportación de judíos por parte de las autoridades francesas, que entre 1941 y 1944 enviaron a 76.000 judíos a los campos de exterminio, fue durante décadas silenciada por la historia oficial, que atribuyó la responsabilidad y la ejecución a los alemanes.
El ex presidente Jacques Chirac fue el primero en asumir la triste verdad y reconocer públicamente la responsabilidad del Estado francés, a través del régimen colaboracionista de Vichy –denostado, pero legitimo–, en la deportación de judíos durante la Segunda Guerra Mundial. “Es difícil evocarlas, porque esas horas negras manchan para siempre nuestra historia y son una injuria a nuestro pasado y a nuestras tradiciones. Sí, la locura criminal del ocupante fue secundada por franceses, por el Estado francés”, proclamó Chirac en un histórico discurso el 16 de julio de 1995 en el lugar donde se erigió el velódromo, derruido en 1959. François Hollande, que el próximo domingo presidirá un acto de conmemoración, quiere seguir el mismo camino.
La tragedia de Vel d’Hiv ha sido objeto en los últimos años de varios libros y películas –especialmente “La redada” y “Se llamaba Sarah”–, pero el 42% de los franceses, según un sondeo hecho público ayer, lo ignora todo sobre este episodio y aún más los jóvenes de 18 a 24 años, el 60% de los cuales no sabe nada.
Entre el 16 y el 17 de julio de 1942, policías y gendarmes franceses detuvieron en sus casas a 13.152 judíos entre hombres (los menos, 3.118), mujeres (5.919) y niños (4.115). Alertados por rumores, muchos hombres huyeron en las horas y días previos, sin sospechar que fueran a llevarse también a mujeres y niños.
La mayor parte de los detenidos –8.160, entre ellos todos los niños– fueron concentrados durante cuatro días, apenas sin comida y en condiciones de higiene infrahumanas, en el Vélodrome d’Hiver, del que sólo unos pocos lograron escapar. El resto fue a parar a campos de tránsito, como el levantado en Le Drancy, antes de ser enviados a los Campos de la Muerte. Los pocos testimonios que quedan recuerdan el ruido insoportable, el calor sofocante, el olor espantoso.
Marcel Weltman tenía 10 años en aquel momento y fue salvado, junto son su hermana, por un médico. Weltman rememoró ayer en BFMTV aquel aciago día. Lo que más le chocó fue el camino hacia el velódromo, transportados en autobuses: “Lo que más me fascinó fue la calma de la calle; la gente paseaba con sus hijos indiferente a lo que estaba pasando”. El Estado francés hizo el trabajo sucio del ocupante. Y muchos franceses prefirieron mirar hacia otro lado.