martes, 5 de abril de 2011

Secretos en el fondo del océano

Dos motores, una parte del fuselaje, el tren de aterrizaje... La mayor parte de los restos del avión de Air France AF 447, que se estrelló en el Atlántico el 1 de junio del 2009 cuando volaba entre Río de Janeiro y París –causando la muerte de sus 228 ocupantes–, han sido hallados en el fondo del océano, a 3.900 metros de profundida, después de casi dos años de búsqueda infructuosa. La posibilidad de que las denominadas cajas negras se encuentren entre los restos es altamente factible, pero por el momento sigue siendo una incógnita. En caso de que se localicen tampoco es evidente que su estado permita explotar la información que contienen (datos técnicos del vuelo y las conversaciones de los pilotos), pues podrían haber resultado dañadas por el impacto en el momento de estrellarse el avión o no haber resistido la presión submarina. Entre los restos del avión se han encontrado asimismo un número indeterminado de cadáveres (una cincuentena ya fueron hallados a a la deriva, y recuperados, en los días posteriores al accidente)
Los restos del avión –y los cadáveres– podrían empezar a ser sacados a la superficie dentro de tres o cuatro semanas, según indicó ayer la ministra de Ecología y Transportes, Nathalie Kosciusko-Morizet, que recibió en Le Bourget a una representación de las familias de las víctimas. La asociación francesa acogió con reservas la noticia –“Es un problema espinoso, traumatizante, puede haber un debate entre les familias que quieran recuperar los cuerpos y quienes prefieran dejarlos en el fondo del océano”, apuntó su vicepresidente, Robert Soulas–, mientras que la asociación brasileña la celebró: “Vamos a poder enterrarles”, subrayó su presidente, Nelson Marinho.
El objetivo prioritario del Bureau d’Enquêtes et d’Analyses (BEA) –que conduce la investigación– es antes que nada intentar localizar y recuperar las cajas negras, único medio de comprender qué pasó el 1 de junio del 2009. La justicia francesa ha procesado a Air France y a Airbus, fabricante del avión –un A-330–, por su posible responsabilidad en el accidente, que la instrucción atribuye supuestamente al fallo de las sondas Pitot, que miden la velocidad del avión y cuya inutilización desconectó diversos automatismos del aparato. Según esta hipotesis, los pilotos podrían haber perdido el control por exceso o falta de velocidad. El BEA, sin embargo, siempre ha sostenido que este fallo no puede explicar por sí solo el accidente.
El estado de los restos encontrados confirma que el aparato no se desintegró en el aire, sino que se fracturó al impactar sobre el océano. Los restos han sido hallados a 3.900 metros de profundidad, sobre una llanura abisal arenosa, en un área limitada de 600 por 200 metros, y sólo unos cuantos kilómetros al norte del punto de la última posición conocida del avión. El BEA mantiene por ahora en secreto la localización exacta por precaución.
El hallazgo se ha producido diez días después de iniciada la cuarta campaña de búsqueda organizada por Francia, el pasado 25 de marzo. La operación ha costado ya 21,6 millones de euros.

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