"Ordenar las estanterías no es fundar una biblioteca”. De esta alambicada manera justificó ayer el ministro francés de Cultura, Frédéric Mitterrand, la inclusión de la tauromaquia en la lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de Francia como un gesto estrictamente neutro, sin ningún significado en sí mismo. Dicho de otro modo: “La inscripción de la tauromaquia en un simple inventario patrimonial no tiene otro valor que pertenecer a un inventario”. Existe, ergo se constata su existencia. Introducidos por la emperatriz Eugenia de Montijo –esposa de Napoleón III– en 1853, los toros representan hoy una pujante tradición en el sur de Francia y la feria de Nîmes atrae cada año a numerosos e insignes parisinos.
Mitterrand, parapetado en el burladero de la semántica, parece ser, sin embargo, el único en creer en la imparcialidad de tal incorporación a la lista del patrimonio cultural galo. Los colectivos protaurinos y antitaurinos, por razones evidentemente opuestas, consideran por el contrario que la decisión del Ministerio de Cultura –adoptada el pasado día 22 de abril, Viernes Santo– tiene un enorme significado.
A diferencia de lo que podría suceder en España –donde el debate está contaminado por las pasiones y cálculos nacionalistas–, el reconocimiento de la tauromaquia como una tradición cultural no ha desatado en Francia ninguna polémica política. Pro y anti taurinos están representados en todos los partidos y la discusión se centra únicamente en la cuestión de los derechos de los animales. Sólo los colectivos antitaurinos y de defensa de los animales han elevado su voz contra la decisión del Ministerio de Cultura.
Si Frédéric Mitterrand ha salido a defenderse y a justificarse públicamente –“No tengo una simpatía particular por la tauromaquia”, ha dicho– es porque uno de los ataques más virulentos que ha recibido ha venido de uno de sus ídolos cinematográficos: Brigitte Bardot. La ex actriz francesa, presidenta de una fundación en defensa de los animales, le ha tildado de “ministro de la Incultura” y le ha acusado de haber cometido “la mayor gilipollez de su vida”. Acendrado cinéfilo, Mitterrand no se lo ha tomado en cuenta y le reiteró ayer su “simpatía y amistad”, considerando que “sus afirmaciones han excedido su pensamiento".
No hay comentarios:
Publicar un comentario