Xavier Dupont de Ligonnès, de 50 años, es un hombre ordenado y meticuloso. Antes de abandonar repentinamente su domicilio, en la ciudad francesa de Nantes, el pasado 12 de abril, canceló una cuenta bancaria, avisó a los centros de enseñanza donde estaban escolarizados sus hijos para comunicar su baja debida a un traslado profesional urgente, vació la ropa de todos los armarios de la casa –aunque no el lavaplatos–, cerró todas las persianas y colocó en el buzón un cartel dirigido el cartero: “El correo debe ser devuelto al remitente”. Sólo que en la casa dejó algo más: en una fosa cavada bajo la terraza del jardín, yacían los cadáveres de su esposa, Agnès, de 48 años, vigilante en una escuela privada católica, y de sus hijos Arthur (21 años), Thomas (18), Anne (16) y Benoît (13), así como de los dos perros labradores de la familia.
La policía hizo el macabro descubrimiento el Jueves Santo, tras entrar en el domicilio en busca de alguna pista que explicara la misteriosa e inopinada desaparición de la familia. La autopsia ha revelado que todos ellos –incluidos los canes– fueron asesinados con un arma de fuego, al parecer una carabina que Dupont había heredado hace poco de su padre y para la que había adquirido proyectiles en marzo. El crimen fue perpetrado supuestamente mientras las víctimas dormían y en la misma casa. Todos los cadáveres presentaban varios impactos de bala en la cabeza. “Fue una ejecución metódica”, explicó ayer el fiscal de Nantes, Xavier Ronsin.
Dupont de Ligonnès, a quien las fuerzas de seguridad siguen la pista, había dado a algunos conocidos en los días previos a su desaparición vagas y delirantes explicaciones sobre su inminente mudanza: que si había encontrado un empleo en Australia, que si trabajaba para los servicios secretos estadounidenses y se disponía a desaparecer del mapa gracias a un programa de protección de testigos... Dedicado al parecer profesionalmente a la venta de espacios publicitarios –nadie lo sabe a ciencia cierta–, Dupont de Ligonnès estaría supuestamente comido por las deudas. La vida de la familia, profundamente católica y discreta, no ofrece pistas para comprender lo sucedido.
La investigación ha permitido establecer que Dupont de Ligonnès durmió la noche del 12 al 13 de abril en un hotel de Pontet (Vaucluse), cerca de la costa mediterránea, 900 kilómetros al sur de Nantes, donde sacó 30 euros de un cajero. Del 14 al 15 de abril pasó la noche en otro hotel, en Roquebrune-sur-Argens (Var), a 200 kilómetros del primero en dirección hacia la frontera italiana. La policía encontró allí su coche, un Citroën C5. Después, nada.
Turbadora coincidencia
En su búsqueda del rastro de Xavier Dupont de Ligonnès, los investigadores de la policía han topado con una coincidencia turbadora. La presencia del presunto asesino de Nantes en Roquebrune-sur-Argens, en el departamento del Var, donde pernoctó la noche del 14 al 15 de abril, coincide con la fecha de la desaparición –el 15 de abril– de Colette Deromme, una madre de familia divorciada de 50 años, domiciliada en el pueblo de Lorgues, a sólo 30 kilómetros de distancia. Ese día, Colette Deromme, no acudió a su puesto de trabajo en un supermercado ni a recoger a su hija a la salida del instituto. Se da la circunstancia que la familia Dupont de Ligonnès, que había cambiado varias veces de domicilio en los últimos años, había residido justamente en Lorgues hasta el año 2003, antes de mudarse a la costa atlántica. El fiscal de la República de Nantes, Xavier Ronsin, señaló ayer que por el momento sólo se puede hablar de “coincidencia”, sin que haya ningún elemento concreto que permita vincular ambos casos.
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