La justicia no
está dispuesta a mostrar piedad con Nicolas Sarkozy. El ex presidente francés
pasó ayer 15 horas bajo arresto en la sede central de la policía judicial para
ser interrogado por los agentes de la Oficina central de lucha contra la
corrupción y, ya entrada la madrugada, salió del despacho de las jueces de
instrucción Patricia Simon y Claire Thépaut, en el polo financiero del Tribunal
de Gran Instancia de París, imputado por los presuntos
delitos de corrupción activa, tráfico de influencias y encubrimiento de violación del secreto de la instrucción.
No es la primera vez en la V República que un ex jefe del
Estado es perseguido por la justicia. Su antecesor en el Elíseo, Jacques
Chirac, fue asimismo interrogado, imputado, juzgado y condenado. Pero nunca
antes se había llegado a imponer un arresto, una especie de condena mediática
que no parece ajena a los violentos enfrentamientos que Sarkozy mantuvo con la
judicatura siendo presidente de la República y aún antes, ministro del
Interior.
La justicia sospecha que Sarkozy pudo haber tratado, por
mediación de su abogado, Thierry Herzog, de obtener información sobre el curso
del caso Bettencourt en el Tribunal de Casación, e incluso haber intentado
influir en su decisión. El ex presidente de la República, que ya había sido
imputado –y posteriormente exculpado– en el citado caso por abuso de debilidad
sobre la heredera del grupo l’Oréal, Lilianne Bettencourt, de 91 años,
pretendía que el Tribunal de Casación anulara la utilización de sus agendas
oficiales del Elíseo como prueba, alegando que estas estaban también protegidas
por el estatuto de impunidad penal del jefe del Estado en el ejercicio de su
cargo.
El objetivo del ex presidente era desactivarlas no sólo –o no
tanto– en el caso Bettencourt, sino también en otros 'affaires' que le amenazan, como el caso Tapie. Al final,
no lo consiguió. Pero a la justicia le importa bien poco si se salió con la
suya o no. El mero hecho de intentarlo ya es un delito. Y en Francia puede ser
castigado con hasta cinco años de prisión y una multa de 500.000 euros.
El presunto informador de Sarkozy y Herzog en el Tribunal de
Casación era un amigo de este último, el magistrado Gilbert Azibert, abogado
general (fiscal) en la sala de lo civil, quien al parecer tenía asimismo
contacto con otro abogado general, Patrick Sassoust, de la sala de lo criminal,
que era la encargada de dictaminar sobre el asunto de las agendas. A cambio de
su ayuda, Sarkozy habría prometido a Azibert –siempre por mediación de su
abogado– ayudarle a conseguir un puesto de consejero de Estado en el Principado
de Mónaco.
Herzog y los dos magistrados ya fueron llamados a declarar
bajo detención el lunes, y tras pasar toda la noche en las dependencias
policiales, ayer siguieron siendo interrogados. Azibert y Herzog fueron los
primeros en salir y ser presentados a las jueces de instrucción. Y, al igual
que Sarkozy, salieron imputados.
Citado por los agentes de la oficina central de lucha contra
la corrupción, Nicolas Sarkozy llegó poco antes de las ocho de la mañana,
conducido por su chófer, a la sede central de la policía judicial en Nanterre
(periferia oeste de París), donde le comunicaron su detención. Salvo en casos
especiales –como los de terrorismo– este periodo de arresto no puede exceder de
las 48 horas, tras las cuales debe ser puesto en libertad sin cargos o enviado
ante el juez, que puede imputarle o citarle como testigo (simple o asistido de
abogado). Sarkozy tenía derecho ayer a ser interrogado con un abogado, pero
renunció por el hecho de que el suyo se encontraba asimismo detenido. Era
también un modo de expresar su protesta.
El caso del Tribunal de Casación, por el cual se abrió una
investigación oficial el pasado mes de abril –encargada a las magistradas
Patricia Simon y Claire Thépaut–, se destapó casi por casualidad. Otros dos
jueces, Serge Tournaire y René Grouman, que investigan la presunta financiación
ilegal de la campaña electoral de Sarkozy en las presidenciales del 2007 por
parte del desaparecido líder libio Muamar el Gadafi, decidieron el año pasado
poner bajo escucha a varios colaboradores próximos del ex presidente francés. Y,
a partir de septiembre, también a este último.
Fue a través de estas escuchas que, inesperadamente, los
investigadores se toparon con el caso del Tribunal de Casación... Descubrieron
que Sarkozy y Herzog estaban muy bien informados sobre el desarrollo de la
instrucción en el citado tribunal y que, además, habían sido advertidos por
alguien de que podían estar bajo escucha, tal eran las precauciones que tomaban
en sus conversaciones. Poco tardó en descubrir la policía que ambos se habían
agenciado, utilizando una identidad falsa, dos teléfonos móviles paralelos para
mantener sus conversaciones confidenciales. Sarkozy adoptó el nombre de Paul
Bismuth, que resultó ser también el de un promotor inmobiliario israelí,
antiguo compañero de instituto de Herzog (el Bismuth verdadero ha amenazado,
hasta ahora sin hacerlo, con presentar una demanda por usurpación de identidad)
Interceptado el buen canal de comunicación, los
investigadores grabaron conversaciones muy comprometidas entre Sarkozy y Herzog
sobre sus gestiones con el magistrado Gilbert Azibert, que son las que
precipitaron la apertura de una nueva instrucción. Las escuchas hacen sospechar
asimismo de la existencia de una red más vasta de informadores de Sarkozy en el
mundo de la judicatura y de la policía. Entre ellos estaba aparentemente el
patrón de la Dirección Central de Información Interior (DCRI), Patrick Calvar,
a quien el expresidente habría intentado sonsacar información sobre el caso
Gadafi.
La detención de Sarkozy provocó ayer un seísmo entre la
clase política, particularmente en la derecha. Las reacciones en el seno de la
Unión por un Movimiento Popular (UMP) fueron, sin embargo, contrastadas, en un
reflejo de las luchas fratricidas que se libran en su seno. Los sarkozystas
militantes salieron rápidamente en defensa del expresidente y denunciaron un
“encarnizamiento” por parte de la justicia. Sus protestas fueron tan expresivas
como los silencios de sus principales rivales en el partido, desde Alain Juppé
hasta François Fillon, pasando por Xavier Bertrand. Un diputado popular,
Philippe Gosselin, se atrevió a sugerir que acaso la UMP debería “dejar de lado
los afectos y actuar en interés del partido”. Soltar lastre, en definitiva.
Seis amenazas en el camino
Exculpado en octubre del 2013 en el caso Bettencourt –en el
que estaba imputado por abuso de debilidad en la persona de la heredera del
grupo L’Oréal, la anciana Liliane Bettencourt–, Nicolas Sarkozy se ve amenazado
por seis casos judiciales abiertos. El primero en importancia –aunque último en
aparecer– es el del presunto tráfico de influencias con un magistrado del
Tribunal de Casación. Pero aún tiene otros cinco pendientes: el caso Tapie,
sobre un presunto trato de favor a su amigo el empresario Bernard Tapie en su
litigio con el Estado por la venta de Adidas; el caso de los sondeos del
Elíseo, sobre un supuesto encargo a dedo de estudios de opinión; el caso
Bygmalion, de facturas falsas para ocultar haber sobrepasado el gasto permitido
en la campaña del 2012; el de la presunta financiación de su campaña del 2007
por el desaparecido líder libio Muamar el Gadafi; y el caso Karachi, sobre el
supuesto pago de comisiones ocultas en la venta de submarinos a Pakistán para
financiar la campaña de Édouard Balladur en 1995, de la que Sarkozy era el
portavoz.
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