“¡Para
mantenerse joven, hay que mantenerse frívolo!”. Consejo y declaración de
principios a la vez, esta frase de Inès de la Fressange está contenida en su
libro “La Parisienne”, una exitosa guía de moda, belleza y 'art de
vivre' escrito en el 2010 en la que la otrora modelo y hoy empresaria
revelaba las claves para adoptar el estilo típicamente parisiense. Mantenerse
joven es algo que la antigua musa de Karl Lagerfeld, devenida en la madurez
icono de la elegancia a la francesa, ha conseguido de forma impresionante. A
sus cerca de 57 años, que cumplirá el próximo 11 de agosto, Inès de la
Fressange ocupa hoy las portadas de las revistas como en sus mejores tiempos de 'top model'.
Siempre sonriente –fue la primera maniquí en romper el tabú
de la seriedad desplegando una amplia sonrisa en las pasarelas–, fresca,
atractiva, 'chic', extremadamente delgada, parece tener
diez años menos. Y eso sin haberse sometido aparentemente a ninguna intervención
quirúrgica. Ni pretender ser más joven de lo que realmente es. “Por lo general,
esconder demasiado la edad, envejece”, declaró tiempo atrás al Magazine de La Vanguardia.
Quizá sea esta mezcla de despreocupación y alegría de vivir
el secreto de Inès de la Fressange. De casta le viene, en cualquier caso.
Cuando uno tiene unos padres que prefieren dejar a sus hijos en un piso aparte
–al cuidado de una niñera– para poder gozar plenamente de su libertad, a
quienes les gusta más pasearse arriba y abajo a bordo de un Triumph descapotable de color rosa que llevar a sus
vástagos a los columpios, eso forzosamente imprime carácter. “Mis padres me
transmitieron su gusto por la extravagancia, la originalidad, la creatividad”, explicaba
Inès de la Fressange hace dos semanas en Paris Match,
¡una nueva portada! Sus progenitores, André y Cecilia, siguen viviendo a su
aire en Argentina –tierra natal de la madre– y cuando vienen de visita a
Francia, se alojan en un barco en la bahía de Saint-Tropez...
La pequeña Inès, una niña tímida y reservada, y sus dos
hermanos –Emmanuel e Iván–, se criaron pues junto a su niñera polaca, Victoria
('Toya'), y bajo la tutela efectiva y directa de su abuela
paterna, Simone de la Fressange, hija y heredera del banquero André Lazard, una
dama de alta alcurnia y modos propios del siglo XIX cuyo segundo marido –de los
tres que tuvo–. Louis Jacquinot, fue ministro de De Gaulle.
Que a Inès nunca le faltó de nada es poco decir. Nacida cerca
de Saint-Tropez en el seno de una familia de la alta burguesía, con el
aristocrático nombre de Inès Marie Laetitia Églantine de Seignard de la
Fressange, la futura modelo pasó su infancia a caballo de Septeuil (Yvelines)
–unos cuarenta kilómetros al oeste de Versalles– y un internado de muchachos en
Château-d’Oex (Suiza), con regulares estancias vacacionales en Biarritz (País
vasco francés), Verbier (Alpes suizos) y el balneario de La Roche-Posay.
Descubierta por el fotógrafo Jean-Jacques Picart, tenía 18
años cuando una sesión de fotos con el reputado Oliviero Toscani para la
revista Elle lanzó su carrera como modelo, un trabajo
que ella –que había soñado con ser psiquiatra y pintora– siempre consideró
frívolo y anodino, y por tanto provisional. Para ganar dinero. Algo que también
había hecho ocasionalmente su madre, maniquí para Guy Laroche. Y que ha seguido
su hija mayor, Nine, de 20 años, quien también ha hecho sus pinitos como modelo
publicitaria, aunque sin por ello abandonar sus estudios preparatorios para
ingresar en la Escuela Normal Superior de Letras (no así la pequeña, Violette,
de 15 años, quien de todos modos parece igualmente atraída por el mundo de la
moda y realiza un 'stage' con el modisto Karl Lagerfeld para
ser estilista)
La de Inès de la Fressange no ha sido la única carrera
exitosa falsamente provisional... En 1975 consiguió su primer contrato para
Thierry Mugler y en 1983 recibió la consagración con un contrato en exclusiva
con Chanel, que durante siete años la convertiría en la musa de Lagerfeld. El
idilio con el creador franco-alemán acabó, sin embargo, abruptamente en 1990
–ambos se enfrentaron agriamente y no se reconciliaron hasta veinte años
después–, ocasión que Inès de la Fressange aprovechó para abandonar las
pasarelas y aventurarse en el papel de empresaria en el mundo de la moda.
“No hay que tener miedo de los cambios, todo cambia
constantemente”, dice ella. Aunque, en ocasiones, los cambios caen como un
mazazo. En 1990 todo le sonreía. Ese año se casó con el empresario italiano
Luigi d’Urso –con quin tendría a sus dos hijas– y fundó junto a dos socios su
propia empresa y su propia marca, “Inès de la Fressange”, de la que en 1991
abrió una gran boutique en la selecta avenida Montaigne de París, la gran arteria
de la moda. Todo le sonreía, en efecto, como siempre... Pero, poco a poco, todo
se iba a estropear. E incluso a acabar dramáticamente.
A finales de 1999 y después de un cambio de accionistas,
Inès de la Fressange fue despedida de su propia empresa, perdiendo a la vez el
derecho a utilizar su nombre y su imagen con fines comerciales. Empezó entonces
una larga batalla judicial de cinco años que acabaría perdiendo definitivamente
en diciembre del 2004 ante el Tribunal de Casación.
Obligada a hacer de ama de casa y a apuntarse en la oficina
de empleo, Inès de la Fressange orilló en esa época la depresión. Y cuando
empezaba a levantar cabeza, tras ser contratada como asesora y embajadora de la
casa de calzados y accesorios Roger Vivier, un infarto acabó brutalmente con la
vida de su marido. Era el 23 de marzo del 2006 y el cielo se le cayó encima,
dejándola completamente “aniquilada”.
Pero la vida, “hecha de luces y de sombras”, le guardaba
sorpresas más felices. En el 2008 encontró un nuevo amor en la persona del
presidente de la cadena de radio Europe 1, Dennis Olivennes, de 53 años –¡“El
príncipe azul existe, yo tengo uno!”, dice extasiada–. Y hace apenas dos meses,
merced a un nuevo cambio accionarial, ha reencontrado su empresa. Y recuperado
su nombre.
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