domingo, 8 de diciembre de 2013

Torturador empecinado

Paul Aussaresses
General del ejército francés
Saint-Paul-Cap-de-Joux 1918 – París 2013-12-07


Noventa y cinco años tenía el general francés Paul Aussaresses cuando dio su último suspiro, el martes pasado, en París. La misma edad que Nelson Mandela, que expiraría dos días después en Johannesburgo. Es el único punto en común entre los dos hombres. Porque si el líder sudafricano era la luz, Aussaresses era la oscuridad. Si el primero era la vida, el segundo era la muerte. Repudiado por todo el mundo –incluida su propia familia- y desposeído de sus más preciadas condecoraciones, el viejo general encarnaba uno de los aspectos más sombríos de la historia reciente de Francia: la guerra sucia llevada a cabo por el ejército francés en Argelia en la segunda mitad de los años cincuenta. Torturador y asesino confeso, Aussaresses no sólo no se arrepintió nunca de su inhumana actuación sino que la reivindicó públicamente con un raro empecinamiento. “La tortura es legítima cuando la urgencia se impone”, proclamó.

Nada hacía pensar que el joven Paul Aussaresses, un estudiante modelo aficionado a la literatura, acabaría convirtiéndose en un verdugo. Todo lo contrario. Incluso empezó forjándose una leyenda de héroe de la Resistencia. En 1941, sublevado por la ocupación nazi, se enroló voluntario en las fuerzas de la Francia Libre e integró los célebres Jedburghs, comandos británicos formados por tres paracaidistas que eran lanzados detrás de las líneas alemanas para realizar acciones de sabotaje y hacer de enlace con grupos de resistentes. Aussaresses fue lanzado en 1944 en el Ariège, donde combatió al lado de un grupo del maquis integrado por anarquistas españoles de la FAI. Sus acciones de guerra le valieron varias condecoraciones, entre ellas la Legión de Honor.

Pero la guerra tiene muchas caras. Y los hombres también. Acabada la guerra, en aquel momento con el grado de teniente, Paul Aussaresses participó en 1946 en la creación del servicio de información y contraespionaje francés. Tras servir como jefe de batallón paracaidista en la guerra de Indochina, en 1955 fue enviado a Argelia, a Philippeville, donde empezaría su siniestra carrera de carnicero. Pronto llamó la atención del general Jacques Massu, que en 1957 se lo llevó a su lado para librar la Batalla de Argel.

“Formábamos un escuadrón de la muerte”, confesaría el propio Aussaresses muchos años después sin asomo de arrepentimiento ni remordimiento. Cada noche, su equipo procedía al arresto de sospechosos, que eran sistemáticamente torturados y “neutralizados”. Algunos hablaban, otros no, pero muy pocos sobrevivieron. “Era raro que los prisioneros interrogados durante la noche, se encontraran todavía vivos al alba », explicó él mismo. Entre las 24 personas que el general confesó haber matado personalmente estaba el jefe del FLN en Argel, Larbi ben M’Hidi, ahorcado para hacer pasar su muerte por un suicidio.

Paul Aussaresses , que en los años sesenta y setenta instruyó a los boinas verdes norteamericanos y a los militares brasileños y chilenos en sus técnicas de “lucha antisubversiva”, podría haber acabado sus días apaciblemente si a partir del año 2000, por narcisismo o aburrimiento, no hubiera desvelado la infame verdad en una serie de entrevistas periodísticas y en dos libros de memorias: “Servicios especiales: Argelia 1955-1957” y “No lo he dicho todo”. Cuando saltó el escándalo, el presidente Jacques Chirac le retiró la Legión de Honor, el ejército le repudió, sus hijas le abandonaron, la justicia le condenó en el 2004 por apología de la tortura y a punto estuvo de sucumbir a varios atentados. Impasible, el viejo general acusó a la clase política de haber “tolerado e incluso recomendado” la tortura. “Yo no soy un criminal, un asesino, un monstruo -dijo una vez-, sólo soy un soldado que hizo lo que Francia le pidió”.





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