Boris Cyrulnik (Burdeos,
1937) volvió a nacer cuando tenía seis años y medio. La noche del 10 de
enero de 1944 fue detenido por agentes de la policía de Vichy y soldados
alemanes en la casa donde vivía acogido y conducido, junto a varios centenares de
judíos, a la sinagoga de la ciudad para ser deportado. Si el pequeño Boris no
acabó sus días en Auschwitz –donde murieron sus padres, judíos de origen ruso y
polaco refugiados en Francia y detenidos con anterioridad– fue porque, con la
ayuda de una enfermera, consiguió escapar. Esa misma noche tuvo conciencia, por
primera vez en su vida, de que era judío y de que esa condición se asemejaba a
una condena a muerte.
Neuropsiquiatra de renombre –dirige un equipo de
investigación en el hospital de Toulon, de cuya universidad es profesor–, muy
conocido en Francia por su actividad divulgativa y su amplia obra, Boris
Cyrulnik explica su terrible experiencia en su último libro, “Sálvate, la vida
te espera” (Debate), donde desvela aspectos desconocidos de su biografía. En
una conversación con La Vanguardia, Cyrulnik aborda el
impacto de ese trauma infantil y la construcción de la memoria.
“La memoria es intencional –sostiene–, cuando imaginamos lo
que vamos a hacer y cuando tratamos de recordar lo que hicimos activamos los
mismos circuitos neurológicos”. Para que la memoria tome forma se ha de
construir un relato, “acondicionado y retocado”, y adaptado a las necesidades
presentes del narrador. “Si estoy contento, buscaré en mi pasado imágenes,
palabras y situaciones que explicarán y justificarán por qué estoy contento; si
estoy triste haré lo mismo con otras imágenes, palabras y situaciones. En los
dos casos –argumenta– todo lo que digo es cierto y sin embargo los dos relatos
son diferentes, incluso opuestos”.
Boris Cyrulnik ha intentado poner orden en el magma de la
memoria para explicar –y explicarse– lo que le sucedió siendo niño. Para
exponer la tragedia, el trauma, que marcó su infancia. Han tenido que pasar
casi setenta años para que ello sea posible.
“Cuando acabó la guerra yo hubiera querido explicar lo que
me pasó, pero nadie quería oírlo. Cuando uno ha perdido a su familia, ha sido
encarcelado, perseguido, condenado a muerte, es imposible olvidar. Pero yo no
podía hablar porque los otros no soportaban escuchar mis palabras”, explica. Lo
que tenía que contar era tan terrible que unos –los dos únicos familiares que
sobrevivieron a la guerra– no querían removerlo y otros, los demás, preferían
no creerlo y atribuirlo a la desbocada imaginación infantil. “Eso partió mi
alma en dos: una parte era alegre y la otra parte, obligada al silencio, sufría
en secreto”.
Pero para superar un trauma –argumenta el neuropsiquiatra–
es necesario ponerlo en palabras, construir un relato que poder explicar a
alguien de confianza, dispuesto a comprender: “Hay que dar sentido a lo que nos
ha sucedido, porque la definición de traumatismo es la confusión. Para que el
mundo vuelva a ser coherente, hay que darle un sentido”.
Pero eso es imposible cuando uno está condenado al silencio.
El silencio... El silencio puede ser un escudo o un castigo. “Durante la
guerra, el silencio era necesario para protegerme; si no hubiera ocultado mi
identidad, estaría muerto. En la paz, en cambio, yo fui forzado al silencio y
viví ese silencio como una agresión”.
La posguerra fue, en este sentido, muchísimo más dura para
el pequeño Boris. “Yo sufrí más en la paz que en la guerra”, dice consciente de
la aparente paradoja. “Durante la guerra, yo me sentía seguro, protegido, por
quienes se ocupaban de mí, la agresión venía del exterior, las cosas estaban
claras –explica–. Yo corría el riesgo de morir, pero psicológicamente fue menos
duro”.
Boris Cyrulnik recuerda a los soldados alemanes, orgullosos
y triunfantes al principio, simpáticos incluso, crueles y despiadados después,
humanos de nuevo tras la derrota... “Una vez hechos prisioneros, una vez que
dejaron de tomarse por superhombres, volvieron a ser
cálidos y amables”. “En contra de lo que se dice, la mayoría de los nazis eran
personas equilibradas, agradables, cultivadas”, dice, y se pregunta cómo esta
gente pudo llegar a cometer “un genocidio increíble sin la menor emoción”.
Pero no fueron los primeros. Ni serán los últimos. “Hoy
vemos reaparecer ideologías totalitarias en Oriente Medio y también en Francia,
en la extrema derecha. Encontramos los mismos principios, las mismas ideas, las
mismas frases que en el nazismo de los años treinta”, advierte Cyrulnik, que
cuando tenía once años se propuso ser psiquiatra para tratar de entender todo
esto y “comprender el alma humana”.
–¿Ha llegado a comprenderla?
– No... El nazismo fue una locura social, no individual. Un
psiquiatra no puede explicarla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario