Barcelona es una ciudad de moda en Francia, muy de moda, con
una imagen deslumbrante. Desde que en el 2002 Cédric Klapisch estrenara
“L’auberge espagnole” –la historia de un grupo de estudiantes de Erasmus en la
capital catalana- no hay parisino que no sueñe con pasar unos días en la ciudad
de Gaudí. Y, sin embargo, la entrada en servicio de la nueva línea de alta
velocidad directa entre París y Barcelona no ha podido pasar más desapercibida.
Mientras los barceloneses la festejan, los parisinos la ignoran. Lo que en un
sitio es entusiasmo, en el otro es desconocimiento e indiferencia.
Para París, una ciudad acostumbrada desde hace tiempo a
tener conexiones de alta velocidad con otras grandes capitales europeas –Londres,
Bruselas, Amsterdam, Colonia, Frankfurt, Ginebra-, el enlace con Barcelona es
sólo uno más. Nadie espera que la nueva línea aporte cambios sustanciales en
las relaciones entre ambas ciudades –ya estrechamente conectadas por avión-,
sino una redistribución del mercado existente.
“En este momento, en la conexión París-Barcelona el tren
tiene un 5% de cuota de mercado y aspiramos a alcanzar el año que viene el 8%”,
explica el director de la división Europa de Voyages SNCF, Jean-Yves Leclercq.
No se espera, pues, ninguna revolución. Pero sólo este primer paso representará
ya doblar el número de pasajeros, de los de cerca de 500.000 que transitan
actualmente entre los dos países por ferrocarril (300.000 por la línea de alta
velocidad hasta Figueres y 162.000 por los Talgo que salían de Barcelona y
Madrid) a más de un millón, sumando todas las nuevas líneas: Barcelona-París,
Madrid-Barcelona-Marsella, Barcelona-Lyon y Barcelona-Toulouse.
Si en
París hay una relativa frialdad, las expectativas son muy otras en el sur de
Francia, donde la conexión de alta velocidad es esperada con impaciencia desde
hace años. Es el caso particularmente de Perpiñán, que confía en el tren de alta
velocidad para impulsar el desarrollo económico de la ciudad. “Perpiñán, que ha
sido hasta ahora un cul-de-sac, pasará a ser una ciudad puente, rótula
de enlace de la Península Ibérica con el resto de Europa”, valoraba
recientemente para La Vanguardia el senador Jean-Paul Alduy, alcalde histórico
de la ciudad y presidente actual de la aglomeración urbana.
Casi seis horas y media entre Barcelona y París en tren de
alta velocidad es un récord francamente mejorable. Y algo mejorará en los
próximos meses cuando, una vez lleguen las nuevas unidades Euroduplex,
los TGV franceses –los únicos hoy por hoy que pueden llegar hasta la capital
francesa, lo que no es el caso de los AVE españoles- puedan aumentar su
velocidad en el tramo catalán, por el que de momento no pueden pasar de los 200 kilómetros por
hora, y alcanzar los 300
km/h habituales.
Mucho más tiempo tardará, sin embargo, en solventarse el agujero
que subsiste entre Perpiñán y Nîmes, donde los TGV circulan todavía por la
vía férrea convencional y no pueden pasar de 200 o 250 km/h , según los
tramos. La circunvalación de alta velocidad Nîmes-Montpellier, actualmente en
obras, debería entrar en servicio en la segunda mitad del 2017, lo que
permitirá acortar un poco el viaje. Pero la línea entre Montpellier y Perpiñán
no tiene fecha.
Todos los trabajos técnicos y administrativos previos –definición
del trazado, estudios para la declaración de utilidad pública- habían seguido
hasta ahora el ritmo adecuado para poder iniciar las obras, valoradas en entre
5.000 y 6.000 millones de euros, en el 2015, con una previsión de entrada en
servicio en el 2020. Pero los drásticos recortes aprobados por el Gobierno
francés el pasado mes de junio en los proyectos de alta velocidad, a causa de
las restricciones presupuestarias, han hecho saltar estos planes por los aires.
En la nueva programación, la línea Perpiñán-Montpellier –como muchas otras- ha
dejado de ser prioritaria y ha pasado al periodo 2030-2050. Una eternidad.
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