jueves, 12 de diciembre de 2013

La leyenda del Hada Verde

“Para hacer poemas no se bebe agua”, cantaba la francesa Barbara en los albores de los años setenta, cuando reivindicar el poder embriagador de la absenta -“esos alcoholes de oro que nos emborrachan el corazón”- suponía una cierta transgresión. Prohibida en Francia durante casi un siglo, de 1915 al 2011 –aunque fue de nuevo parcialmente tolerada a partir de 1988-, en aquella época la absenta se destilaba todavía clandestinamente y era bebida por un puñado de nostálgicos. La leyenda negra atribuía a este brebaje, que puede alcanzar los 72º de alcohol, toda suerte de poderes maléficos, el principal de los cuales era el de destruir la poca o mucha cordura de quien lo bebía. La causa: una molécula euforizante llamada tujona, de la familia del cannabis, presente en el ajenjo…

“La absenta se elabora a partir de la destilación de una decena de plantas medicinales. ¿Se vuelven malas sólo por pasar por el alambique?”, pregunta socarronamente Jean-Paul, quien explica con pasión su compleja composición –en la que no pueden faltar ni la planta de la absenta ni el anís- y su proceso de elaboración. “Dicen que uno se vuelve loco a partir de la copa número 50, así que lo prudente es detenerse en la 49…”, añade.

Beber una copa, desde luego, no altera el juicio. Y si uno cierra los ojos diría que está bebiendo el célebre pastís, su primo hermano. De color verde pálido y de natural amargo, la absenta también se bebe mezclada con agua, a razón de entre tres y cinco partes de agua por una de licor y, en función del gusto de cada cual, se añade una pizca de azúcar. La liturgia tradicional consiste en hacer caer agua helada –almacenada en una fuente de cristal con hielo, dotada de grifos- sobre un terrón de azúcar depositado en una cuchara especial que reposa sobre la copa donde se ha vertido previamente la absenta.

Elaborada tradicionalmente en el cantón suizo de Neuchâtel y en la región francesa del Franco Condado, la absenta se popularizó como aperitivo entre finales del siglo XIX y principios del XX. Y en el París de la bohemia pronto se convirtió en la bebida de referencia de poetas y artistas. Verlaine, Baudelaire y Rimbaud eran bebedores asiduos, como después lo serían Picasso y Hemingway. Pintores como Manet y Degas le dedicaron cuadros, y se dice que Van Gogh se cortó la oreja a resultas de una borrachera verde…

Popular, muy popular, era la absenta. Y barata, más barata que el vino. Lo que sin duda propició una alianza contra natura entre las ligas anti-alcohol y los viticultores para conseguir su prohibición. En Suiza, donde se puso fuera de la ley cinco años antes que en Francia -en 1910-, un estremecedor parricidio fue atribuido al efecto nocivo de la absenta y precipitó su interdicción. “Los productores de vino querían acabar a toda costa con esa competencia”, apunta Francis Martin, hijo y nieto de destiladores en Val-de-Travers, donde la tradición se mantuvo a pesar de todo de forma ininterrumpida.

Hoy los tiempos de la prohibición y la clandestinidad quedan atrás. La absenta ha perdido su legendaria mala fama e incluso se ha convertido, en su tierra natal, en el motivo de una ruta turística… Tampoco queda mucho del París bohemio. Pero si alguien quiere beber una buena absenta, a la manera antigua y en un local de la época, no tiene más que subir a Montmartre y buscar en una empinada calle no muy lejos de Pigalle el restaurante Le Bon Bock, el más antiguo del barrio. Abierto en 1879, el mismo año en que La Marsellesa se convirtió en el himno nacional de Francia, el establecimiento ha mantenido la decoración original y conserva una seductora atmósfera decimonónica. Una vez dentro, el tiempo se detiene. Las hadas no andan lejos…








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