Francia vuelve a
tener el gatillo fácil. Con su decidido alineamiento en favor de un castigo
ejemplar al régimen sirio de Bachar el Asad por el uso de armas químicas contra
la población civil, el presidente francés, François Hollande, se dispone a
embarcar a su país en Siria en una nueva intervención militar en el exterior,
la cuarta en los últimos tres años.
Su antecesor, Nicolas Sarkozy, quien reintegró a Francia en
el mando militar integrado de la OTAN, abrió el fuego en marzo del 2011, al
liderar junto al británico David Cameron la intervención militar internacional
que hizo caer al régimen del coronel Muamar el Gadafi en Libia, mientras con la
otra mano los soldados de la fuerza Licorne (Unicornio)
resolvían el conflicto civil de Costa de Marfil en favor del actual presidente,
Alassane Ouattara. El camino fue seguido por Hollande en enero de este año, al
decidir intervenir prácticamente en solitario –con medios aéreos, pero también
terrestres– contra los grupos armados islamistas que amenazaban con tomar el
poder en Mali. Y ahora le toca a Siria.
Lejos queda la cruzada de Jacques Chirac en el 2003 contra
la guerra de Iraq, que costó a París un serio enfriamiento de sus relaciones
con Washington. Del lírico discurso pacifista de Dominique de Villepin en el
Consejo de Seguridad de la ONU apenas queda un débil eco. Restaurada la alianza
trasatlántica con Barack Obama, el Elíseo parece hoy mas decidido incluso que
la Casa Blanca a hacer valer las armas como prolongación de la diplomacia.
En nombre de la libertad y de los derechos humanos, París
está consolidando una nueva doctrina intervencionista que responde también
–acaso antes que a nada– a cálculos estratégicos. Como si Francia buscara
apuntalar con su poderío militar una influencia internacional que su peso
económico empieza a negarle. Hollande no ocultó en su discurso del martes antes
los embajadores esta perspectiva, al subrayar que la credibilidad de la
política exterior de Francia y su rango como miembro permanente del Consejo de
Seguridad de la ONU descansa en un “instrumento de defensa fiable” que permita
“decidir una intervención cada vez que se estime necesario”.
Francia mantiene en estos momentos a 8.500 soldados
comprometidos en operaciones militares exteriores –la mayor parte, en África–,
al margen de las fuerzas que tiene estacionadas en diversas bases permanentes,
entre ellas las de Abu Dabi (600 efectivos) y Djibouti (1.100), que podrían ser
utilizadas eventualmente en la intervención en Siria.
Nada ha trascendido por el momento de las fuerzas que
podrían ser comprometidas en la operación, que inicialmente parece reducida a
ataques aéreos limitados, tanto en cuanto a sus objetivos como a su duración.
Hollande, que hoy recibirá en el Elíseo al presidente de la Coalición Nacional
Siria, Ahmad al-Assi al-Jatba, reunió ayer en el Elíseo al Consejo de Defensa
para analizar precisamente los diferentes escenarios posibles. El Parlamento ha
sido convocado de forma extraordinaria el miércoles de la semana que viene para
debatir la situación en Siria, aunque sin votación. En Francia, el presidente
puede decidir una intervención militar exterior sin autorización previa de las
cámaras.
Hollande quiere esperar a que los inspectores de la ONU
emitan su informe, pero pese a sus invocaciones a la legalidad internacional
está decidido a apelar al deber de proteger a la población, reconocido por la
Asamblea General de Naciones Unidas en el 2005, para sortear el veto de Rusia
en el Consejo de Seguridad.
Dudas y oposición en la clase política
El ardor guerrero del Elíseo ha hallado poco eco en la clase
política francesa. Al margen de Jean-François Copé, que apoyó “el fondo y la
forma” del discurso de Hollande, otros dirigentes de la UMP y del centro, así
como del PCF, han manifestado sus dudas sobre una intervención en Siria,
mientras que el FN y el Frente de Izquierda se oponen totalmente.
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