El horizonte se oscurece de forma inquietante para François Hollande, enfrentado a una vertiginosa degradación de los indicadores económicos y sociales en Francia. Uno tras otro, los datos que caen sobre la mesa del presidente francés a la vuelta de sus dos semanas de vacaciones en la residencia oficial de Fort Bregançon (Costa Azul) van añadiendo nuevas muescas de preocupación. Estancamiento económico, aumento del paro, caída del consumo privado y pérdida de confianza marcan la rentrée política, agitada asimismo por las disensiones en el seno de la mayoría gubernamental y la izquierda.
Pesimistas ante las perspectivas de agravamiento de la crisis, los franceses –que acudieron masivamente a las urnas en las pasadas elecciones presidenciales, pero sin ilusión– no esperaban ningún milagro del nuevo presidente de la República. Pero sus prudentes y cautelosos primeros pasos en el Elíseo, que la oposición atribuye a la pasividad, parecen haber empezado ya a defraudar.
En 2007, la magia de Nicolas Sarkozy tardó medio años en esfumarse. En 2012, a Hollande el estado de gracia le habrá durado sólo tres meses y medio. Por primera vez desde su elección el 6 de mayo, las opiniones desfavorables al presidente (47%) sobrepasan a las favorables (44%). Así lo ha constatado el último sondeo del instituto Ipsos para Le Point, que detecta una caída de 11 puntos de la popularidad de Hollande en un mes. Una tendencia especialmente acusada entre las clases medias. En la misma encuesta, el denostado Sarkozy mantiene una popularidad muy cercana a la de su sucesor (43%)
La coyuntura no puede ser más adversa. Los últimos datos de empleo facilitados por el Instituto Nacional de Estadística y Estudios Económicos (Insee) han sido descorazonadores: el pasado mes de julio el número de parados aumentó en 41.300 personas –algo no visto desde 1999–, lo que eleva el número de trabajadores sin ninguna actividad al umbral de los tres millones (cerca de cinco si se cuentan todos los inscritos en las oficinas de empleo).
Con un índice de paro del 10% y la proliferación de planes de reducción de plantilla en algunas grandes empresas, las perspectivas de mejora son ínfimas. “Remontar la pendiente va a ser difícil”, admitió anteanoche en una entrevista en televisión el primer ministro, Jean-Marc Ayrault.
La reactivación de la economía, después de tres meses consecutivos de crecimiento nulo (0,0%), parece alejarse. Francia ha sorteado hasta ahora la recesión, cierto, pero ha sido por los pelos. Y la atonía general obligará al Gobierno –como el propio Ayrault ha admitido– a revisar a la baja las previsiones oficiales de crecimiento para el año que viene (del 1,2%). Lo que implicará una reducción de los ingresos fiscales y forzará al Ejecutivo a aumentar los recortes y abandonar o diluir algunas de sus promesas electorales. No será la primera vez: la modesta subida del salario mínimo (un 0,6% añadido a la actualización de la inflación) y la limitada reducción del precio de los carburantes (6 céntimos durante tres meses) ha dejado muchos descontentos y desencantados. El nivel de confianza de los hogares retrocedió dos puntos el mes de julio, mientras el consumo de las familias bajó un -0,2%.
Los recortes que el Gobierno deberá adoptar en los próximos Presupuestos para cumplir su compromiso de bajar el déficit público al 3% el año que viene prometen ser dolorosos y conflictivos. Condición imprescindible para ganarse la confianza de la canciller alemana, Angela Merkel, el rigor presupuestario de Hollande no ha encontrado al otro lado del Rhin –Pacto europeo por el Crecimiento aparte– ningún gesto en el sentido de relajar la política de austeridad que está agravado la crisis en Europa.
Más allá del rigor, sin embargo, todo el mundo espera del presidente francés reformas decididas para reactivar la economía francesa. Pero por ahora no se ven. Si Hollande empezó su mandato adoptando algunas de sus promesas más emblemáticas –rebaja de sueldos del Gobierno, adelanto de la retirada de Afganistán, retorno parcial a la edad de jubilación de 60 años, anulación del programado aumento del IVA–, lo cierto es que los grandes proyectos están aún en el cajón. Es el caso de la reforma fiscal, la reforma bancaria, la modernización del mercado de trabajo y las medidas que atañen a la competitividad de las empresas y la regeneración productiva e industrial.
Algunas de estas reformas someterán sin duda a fuertes sacudidas a la mayoría gubernamental, ya considerablemente agitada este verano a causa de la política de firmeza del ministro del Interior, Manuel Valls, contestado por una parte de su partido por su actuación en el caso del desmantelamiento de campamentos de gitanos rumanos (roms), o de la política en materia de energía nuclear, que ya ha producido los primeros roces entre los socialistas y sus aliados ecologistas.
La primera gran prueba de fuego para Hollande será la próxima ratificación por el Parlamento francés del Tratado europeo de disciplina presupuestaria, virulentamente contestado por la izquierda no socialista y el ala más radical del PS. Jean-Luc Mélenchon, al frente de su coalición de izquierdistas y comunistas, se propone lanzar una campaña contra el tratado y en reclamación de un referéndum, en un intento de reagrupar de nuevo a las fuerzas del “no” del 2005.
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