martes, 17 de enero de 2012

El amigo del Elíseo

Cuentan en los mentideros diplomáticos franceses, sin que la exactitud de la anécdota haya podido ser verificada, que las cosas empezaron a ir mal entre Jacques Chirac y José María Aznar cuando éste, tras ser elegido presidente del Gobierno español, decidió suspender el envío anual al Elíseo de un jamón de Jabugo, una tradición que con sagacidad meridional había instaurado su antecesor, Felipe González. Cierto o no, el rumor tiene la virtud de ilustrar el profundo desencuentro personal y político –éste, en cambio, bien real– que empañó las relaciones franco-españolas entre los años 1996 y 2004.

Las afinidades ideológicas, en el supuesto de que las hubiera entre el neoliberal y atlantista Aznar y el orgulloso león gaullista Chirac, no resultaron ser una base suficiente para construir una relación bilateral privilegiada. Por el contrario, las desavenencias personales y sobre todo políticas –el presidente francés nunca perdonó la traición del español al alinearse con Washington en la guerra de Iraq en 2003– lastraron durante largo tiempo la amistad entre París y Madrid. Sin que por ello se resintiera –todo hay que decirlo– la cooperación contra ETA. Fue con Chirac en el Elíseo que la colaboración en la lucha antiterrorista, de una importancia capital para España, experimentó el salto definitivo. Con Chirac en el Elíseo... y con un tal Nicolas Sarkozy en el Ministerio francés del Interior (2002-2004 y 2005-2007)

Si el presidente francés recibirá mañana en Madrid, de manos del rey Juan Carlos, la más alta distinción española, el Collar de la Insigne Orden del Toisón de Oro, se debe ante todo y por encima de todo a su inquebrantable compromiso con España en contra del terrorismo etarra, con independencia del Gobierno de turno. Ajeno a la pulsión cainita de la política española, Sarkozy tejió en esta época estrechos vínculos personales con Ángel Acebes y Alfredo Pérez Rubalcaba.

El restablecimiento de la sintonía entre París y Madrid no data, sin embargo, del ascenso de Sarkozy a la presidencia de la República en 2007, sino que se debe al golpe de timón que, a partir de 2004, imprimió a la política exterior española José Luis Rodríguez Zapatero, decidido a reconstruir el vínculo que Felipe González había establecido con París y Berlín, motor incontestable –y ahora más que nunca– de la Unión Europea. “La llegada al poder de José Luis Zapatero (sic) en 2004 aceleró el acercamiento entre los dos países”: con estas palabras arranca el capítulo dedicado a España en la web oficial del Ministerio francés de Asuntos Exteriores. Denostado y ridiculizado hoy en España, Zapatero siempre ha sido tratado con respeto y reconocimiento a este lado de los Pirineos. Para Sarkozy, el presidente español siempre fue un aliado leal y fiable.

Si el presidente francés se batió para que España estuviera presente de forma permanente –aunque fuera con la innoble etiqueta de “invitado”– en el grupo del G-20 se debe a la extraordinaria sintonía que ha existido estos últimos años entre París y Madrid. “España es el país europeo con el que espontáneamente estamos de acuerdo en más cosas”, subrayó tiempo atrás un alto diplomático del Quai d’Orsay.
¿Seguirá siendo así en igual medida con Mariano Rajoy? No tiene por qué no. Sarkozy, a diferencia de Chirac, siempre ha tenido una relación fluida con la dirección del PP, y estableció lazos de amistad con Aznar, de quien siempre ha admirado su determinación y visión política. Con Rajoy, la relación ha sido más distante. Ambos hombres se conocen, pero no han tenido hasta ahora una relación muy estrecha. En cualquiera de los casos, en la carta de felicitación que el presidente francés envió al español tras su triunfo electoral incluyó un nada protocolario “Cher Mariano”.

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